El papá, sin nada que perder pero con la idea de demostrarle su confianza a su hijo, decidió seguirle la corriente al niño y plantaron las semillas en la arena. Mágicamente y con gran asombro vieron como las semillas sembradas hicieron su trabajo y una gran palmera llena de cocos creció frente a sus ojos. Emocionados por tal milagro, el papá y el niño movieron fuertemente el tronco de aquella palmera y cayeron los frutos. Finalmente tomaron una refrescante y sabrosa agua de coco, saciando su sed de esta manera, para posteriormente regresar contentos y felices a su casa, con la emoción de haber tenido una linda y mágica tarde de paseo.
Por: Angel Acosta Ardila