sábado, 5 de septiembre de 2020

¿ Sabías que la buena ortografía enamora ?

Ello sugiere que la persona sabe poner las cosas en su lugar, y que se puede confiar en ese alguien porque quien respeta hasta la forma correcta de escribir una palabra, muy probablemente sabrá proceder bien en muchas otras cosas.


¡La ortografía es una de las armas de seducción menos conocidas! Yo no me veo con alguien que quiera “aserme mui felis”. ¡No eres tú, es tu ortografía! Una persona con buena ortografía atrae textualmente, la mala ortografía es una enfermedad de transmisión textual. ¡Protégete!


Una persona que escribe con faltas de ortografía es igual que hablar con alguien que tiene mal aliento. Por ejemplo, si usted escribe “Ya boi”, por favor, es mejor que no venga.

Gente que escribe “Holap, sip, amip, nop” ¿Tienen hipo o que les pasa? Por cada “ola ke ase” ¡Un diccionario cae en coma!


La ortografía NO es una moneda que cambie según las tendencias, escribir bien es sinónimo de cultura y educación. Alguien dijo: “Si cuidar la ortografía te parece un disparate, dispárate”.


Hay que escribir bien, no por dárnosla de intelectuales, sino por respeto a los que aún leen.


La mala ortografía es un enemigo silencioso, la gente te lee, mira el error, piensa mal de ti, pero no te dicen nada.

Diagrama de flujo de la cerveza

martes, 1 de septiembre de 2020

Un cuento de amor de los ingenieros. Difrutenlo

Un cociente se enamoró de una incógnita. Él cociente era producto de una familia de importantísimos polinomios. Ella una simple incógnita de

mezquina ecuación literal

¡oh! ¡Qué tremenda desigualdad!

Pero como todos saben, el amor no tiene límites y va del más infinito al menos infinito.


Embargado, el cociente la contempló desde el vértice hasta la base, bajo todos los ángulos, agudos y obtusos. Era linda, una figura impar que se evidenciaba por: mirada romboidal, boca trapezoidal y senos esféricos en un cuerpo cilíndrico de líneas sinusoidales.

"¿Quién eres?", preguntó el cociente con una mirada radical.

"Soy la raíz cuadrada de la suma de los cuadrados de los catetos, pero puedes llamarme hipotenusa",  contestó ella con expresión algebraica de quien ama.


Él hizo de su vida una paralela a la de ella, hasta que se encontraron en el infinito. Y se amaron hasta el cuadrado de la velocidad de la luz, dejando al sabor del momento y de la pasión, rectas y curvas en los jardines de la cuarta dimensión.


Él la amaba y el recíproco era verdadero. Se adoraban con las mismas razones y proporciones en un intervalo abierto de la vida.

Luego de tres cuadrantes, resolvieron casarse.

Trazaron planes para el futuro y todos le desearon felicidad integral. Los padrinos fueron el vector y la bisectriz.


Todo marchaba sobre ejes. El amor crecía en progresión geométrica. Cuando ella estaba en sus coordenadas positivas, concibió un par: al varón, en homenaje al padrino lo bautizaron

versor; la niña, una linda abscisa. Ella fue objeto de dos operaciones.


Eran felices, hasta que un día todo se volvió una constante. Fue así que apareció otro. Sí, otro. El máximo común divisor, un frecuentador de círculos viciosos. Lo mínimo que el máximo

ofreció fue de una magnitud absoluta.


Ella se sintió impropia, pero amaba al máximo. Al saber de esta regla de tres, el cociente la llamó fracción ordinaria.

Sintiéndose un denominador común, resolvió aplicar la solución trivial: un punto de discontinuidad.💑