miércoles, 29 de junio de 2016

Reflexión: Ser agradecidos

"Hay una ruptura en la historia de la familia, donde las edades se
acumulan y se superponen y el orden natural no tiene sentido: es cuando el
hijo se convierte en el padre de su padre". Es cuando el padre se hace
mayor y comienza a trotar como si estuviera dentro de la niebla. Lento,
lento, impreciso. Es cuando uno de los padres que te tomó con fuerza de la
mano cuando eras pequeño ya no quiere estar solo. Es cuando el padre, una
vez firme e insuperable, se debilita y toma aliento dos veces antes de
levantarse de su lugar. Es cuando el padre, que en otro tiempo había
mandado y ordenado, hoy solo suspira, solo gime, y busca dónde está la
puerta y la ventana - todo corredor ahora está lejos. Es cuando uno de los
padres antes dispuesto y trabajador fracasa en ponerse su propia ropa y no
recuerda tomar sus medicamentos. Y nosotros, como hijos, no haremos otra
cosa sino aceptar que somos responsables de esa vida. Aquella vida que nos
engendró depende de nuestra vida para morir en paz. Todo hijo es el padre
de la muerte de su padre. Tal vez la vejez del padre y de la madre es
curiosamente el último embarazo. Nuestra última enseñanza. Una oportunidad
para devolver los cuidados y el amor que nos han dado por décadas. Y así
como adaptamos nuestra casa para cuidar de nuestros bebés, bloqueando tomas
de luz y poniendo corralitos, ahora vamos a cambiar la distribución de los
muebles para nuestros padres. La primera transformación ocurre en el cuarto
de baño. Seremos los padres de nuestros padres los que ahora pondremos una
barra en la regadera. La barra es emblemática. La barra es simbólica. La
barra es inaugurar el "destemplamiento de las aguas". Porque la ducha,
simple y refrescante, ahora es una tempestad para los viejos pies de
nuestros protectores. No podemos dejarlos ningún momento. La casa de quien
cuida de sus padres tendrá abrazaderas por las paredes. Y nuestros brazos
se extenderán en forma de barandillas. Envejecer es caminar sosteniéndose
de los objetos, envejecer es incluso subir escaleras sin escalones. Seremos
extraños en nuestra propia casa. Observaremos cada detalle con miedo y
desconocimiento, con duda y preocupación. Seremos arquitectos, diseñadores,
ingenieros frustrados. ¿Cómo no previmos que nuestros padres se enfermarían
y necesitarían de nosotros? Nos lamentaremos de los sofás, las estatuas y
la escalera de caracol. Lamentaremos todos los obstáculos y la alfombra.
Feliz el hijo que es el padre de su padre antes de su muerte, y pobre del
hijo que aparece sólo en el funeral y no se despide un poco cada día. Mi
amigo Joseph Klein acompañó a su padre hasta sus últimos minutos. En el
hospital, la enfermera hacía la maniobra para moverlo de la cama a la
camilla, tratando de cambiar las sábanas cuando Joe gritó desde su asiento:
Deja que te ayude. Reunió fuerzas y tomó por primera vez a su padre en su
regazo. Colocó la cara de su padre contra su pecho. Acomodó en sus hombros
a su padre consumido por el cáncer: pequeño, arrugado, frágil, tembloroso.
Se quedó abrazándolo por un buen tiempo, el tiempo equivalente a su
infancia, el tiempo equivalente a su adolescencia, un buen tiempo, un
tiempo interminable. Meciendo a su padre de un lado al otro. Acariciando a
su padre. Calmando él a su padre. Y decía en voz baja:
- ¡Estoy aquí, estoy aquí, papá! "Lo que un padre quiere oír al final de su
vida es que su hijo está ahí".

Largo... hondo... reflexivo. Ojalá puedan compartirlo a sus familias.

Sent with AquaMail for Android
http://www.aqua-mail.com

No hay comentarios:

Publicar un comentario